Eran las once y media de la noche, todo el mundo estaba ya en sus casas; pero, por estas cosas raras que suceden en los pueblos, ocurrió que esa noche el señor Chichi Gutiérrez, que esa noche salió tarde de Panamá, él tenía una chiva que viajaba todos los días a la capital, se encontró en el camino con una joven muy hermosa en la altura de San Diego, le z hacía señas para que se detuviera; por supuesto, que al verla se detuvo y le preguntó que se le ofrecía.
Lo que él no imaginaria era la sorpresa que se llevaría, ha horas tan avanzada y por esos caminos que en las noches parecen más oscuras, nadie se detendría por nada del mundo.
La joven lo mira con cierta coquetería, y le dice «que por favor, la deje más adelante en Tapagra» y sube a la Chiva. A medida que iban acercándose donde ella le había indicado, él se sentía muy complacido por tan bella acompañante. Su sorpresa fue tan extraordinaria cuando llegaron al sitio que ella la había indicado. Y el, pensando que venía en el asiento de atrás, se vuelve para preguntarle «si ya iba llegando» y no ve la mujer. Claro está, que quería volverse loco, porque él no se había detenido en ningún lugar, y se preguntaba como había hecho para bajarse, él no sabe en qué momento llego a su casa asustado y sin habla.
En fin, la bella mujer desapareció como humo, y el solo sabe que estuvo de compañera una mujer misteriosa.
El señor Chichi siguió haciendo sus viajes en la chiva; pero si el venia solo, no le paraba a ninguna mujer por más bella que fuera lo hacia detener.