Colon, Panamá y Chepo en 1857 Traducción y nota preliminar de Stanley Heckadon Moreno Nota preliminar al lector. El documento histórico que a continuación se presenta se publicó originalmente en inglés, hace más de un siglo y cuarto bajo el título de “Notes on isthmus of Panamá” artículo que sin nombre del actor, publico la revista Blackwood Magazine de Edimburgo, Escocia, en su edición de noviembre de 1857. Lamentablemente no se puede brindar datos biográficos del autor de las notas. Personajes posiblemente vinculados a los círculos financieros y diplomáticos de la Gran Bretaña, quien viajó por el istmo a principios de 1857. Cuando aún persistían los efectos del oro de California y se iniciaba la era de las grandes expediciones geográficas en busca de mejores rutas para construir el futuro canal interoceánico, pero básicamente nos centraremos en Chepo. No me duele haberme unido, junto con un paisano, a un francés, un alemán y a un español, quienes estaban a punto de iniciar una visita a la propiedad que uno de ellos había comprado recientemente en esa dirección. Todo con la esperanza que yo tenía de poder obtener información a tan interesante asunto. Definitivamente el limitado tiempo a mi disponibilidad a mi producía que yo no intentase nada en forma de una exploración regular. Como a treinta millas al sur-este de Panamá el Río Bayano entre el pacífico, casi dividiendo el istmo en un punto donde la distancia del mar no excede a treinta millas en línea recta. Este era el rio que nos proponíamos ascender con la esperanza de averiguar algo sobre los indios del Darién quienes habitan esta angosta faja de territorio y cuyo acérrimo odio hacia los europeos ha servido hasta el presente como efectiva barrera a cualquier intento de penetrar a su territorio .
Zarpamos de Panamá en un pequeño balandro de media cubierta hacia la boca de este río, bajo una bella noche de luna, y al amaneces nos encontrábamos vanamente tratando de forzar nuestra entrada contra un fuerte viento y marea de frente. Encontrando que no había caso en competir contra tales influencias adversar soltamos ancla a la vera de la pequeña isla de Chepillo, situada a la boca del río y que sirve de protección a los pequeños navíos. El canal entre la isla y la tierra firme no ha sido medido adecuadamente, pero establecer un puerto aquí seria u8no de los obstáculos más formidables al ser considerado en la construcción der un canal que desemboque aquí. Chepillo es baja y muy boscosa, habita por solo 4 o 5 familias. Al atardecer cruzamos la barra donde hay buen calado de agua y con la asistencia de la marea le ganamos al río de aquí tiene de ancho como trecientas yardas. Los bancos tenían magnifica vegetación. Los manglares verdes claros que bordean el agua estaban apoyados por magníficos arboles del bosque en cuyas ramas tropas de monos aunaban sus clamores al chirrido de bandadas de vistosos pericos. Suavemente nos deslizamos corriente arriba pasando quebradas que se perdían en el sombrío bosque que en desvaneciente luz parecía negro y misterioso. Cuando reíamos y gritábamos nuestras voces eran recogidas como en burla por una progresiva y sucesiva serie de ecos y podíamos imaginarnos que estos oscuros rincones estaban habitados por malignos espíritus.
Finalmente nos vimos obligados de nuevo a echar el ancla aún cercano al ruido rompiente marejada de la barra.
“Donde desde sus rocosas cavernas
El vecino océano de grave voz habla
Y en desconsolado acento contesta
El gemir del bosque”
Nuestro progreso fue más rápido las horas menudas de la mañana siguiente y llegamos a la boca de un afluente, el Mamoní, no lejos
Desde la orilla de esta situada aldea de Chepo. Que en esta dirección es la última avanzada del Bayano los españoles construyeron un fuerte de Terable como puesto fronterizo. Aquí hay asentado algunos mestizos; y es de este punto que debe partir una expedición con miras a alcanzar la costa opuesta. Hasta ese momento en nuestro avance hacia el interior habíamos visto pocas señales de habitación humana. Luego de proceder dos horas por el Mamoní llegamos donde estaban dos o tres chozas, y donde se encontraban algunas canoas ya que por su calado nuestras naves no podría proceder más arriba nos apropiamos de estas y forzamos nuestra vía contra la corriente, por varias horas. A veces nos vimos obligados a salir y empujar siempre corriendo el peligro de darnos un involuntario baño. Aunque tomamos uno de nuestra plena voluntad habiendo escogido cuidadosamente un pequeño charco tan cristalino que cualquier lagarto perdido había sido visible. Fue muy agradable e hizo doblemente grato nuestra burda merienda que tomamos bajo la amplia sombra de un higuerón ciertamente necesitabas algo con que apoyarnos durante la caminata que seguía, unas tres milla río arriba bajo un brillante sol a través de bosques y sobre las colinas hasta la aldea de Chepo situada sobre un abultado promontorio en la amplia sabana.
Chepo tiene una población de cerca de 1,000 mestizos y negros. La mayoría de las casas son chozas cuadradas de caña partida con techos cilíndricos empencados: algunos sin embargo, están construidos de ladrillos con tejas; una de estas pertenecientes a una negra bien gorda maestra de profesión y ella como amiga y antigua paciente de nuestro doctor Alemán nos recibió con gran “empresscemente” complacencia.
Hamacas de pajas fueron guindadas en todos los rincones disponibles. Las niñas a su cargo entraron en acción bajo sus órdenes que fueron dadas en voz alta, preparándonos una elaborada merienda. Mientras tanto nosotros pensamos seriamente sobre nuestro movimiento futuro, ya habíamos gastado dos días en llegar a Chepo y no podíamos calcular llegar al fuerte Terable por lo menos en dos días más ya que nuestros amigos se detendrían en sus haciendas durante el camino. La incertidumbre de expediciones en botes que depende del viento y la marea y la necesidad de regresar a Panamá dentro de una semana, determinaron que abandonase la idea de volver al Río Bayano y que permaneciera la noche en Chepo. Mientras que nuestros tres amigos extranjeros partieron a visitar su hacienda.
Solo me cabe sugerir a viajeros más afortunados la premura de intentar un cruce del Istmo en este punto. Desde Chepo era perfectamente visible una depresión en la cordillera. La distancia de Terable al Golfo de Méjico no puede ser más de quince millas; sin embargo, aunque tan cercano a Panamá nadie ha intentado atravesar el País. Para tal propósito un grupo armado sería indispensable ya que los indios del Darién son la tribu es la más feroz del país y bien diestros con el manejo de flechas venenosas y cerbatana. La mera circunstancia de que tan celosamente resisten la entrada del hombre blanco a su Distrito sirve en mucho para demostrar que están consiente de que contiene un atractivo muy inusual para que allí permanezcan. Es más se asevera con firmeza, de información obtenida de ellos, que constantemente transportan canoas de cierto tamaño atreves de estas vertientes.
Visita a Chepo Domingo.
El día de nuestra visita a Chepo resulto ser domingo – cosa que continuamente nos recordaban los incesantes cantos de los gallos de pelea, que estaban amarrados en las calles, la plaza cubierta de hierba frente a la iglesia y seria el sitio de la competencia. Al final de la tarde los curas con sus vestimentas canónicas y entusiastas jóvenes en camisas y pantalones blancos se agruparon allí para apoyar a sus favoritos y presenciar su deporte predilecto. La excitación parecía habérseles comunicado hasta las aves ya que batían desafiantemente sus alas mientras sus dueños lo acariciaban y admiraban. La gallera era algo primitivo: un cierto número de troncos de árboles dispuestos alrededor de un espacio pelado como de 50 pies cuadrados. Me introdujeron a uno de los personajes más alegres de Chepo, un apuesto joven caballero de color, vestido de impecable blanco pero sin zapatos, medias o saco quien me informó que su gallo iba a pelear en la primera riña; me consiguió un buen lugar en el ruedo que pronto quedo abarrotado de ansiosas caras. Luego dos hombres avanzaron hacia el centro de la pista con sus gallos y después de re afilar las puntas de sus largas espuelas y mojarlos con jugo de limón, los cuadraron dos o tres veces para calentarle la sangre y luego los soltaron, la pelea comenzó de pleno. Nunca he visto nada igual a la excitación de los espectadores durante la competencia, que fue sangrienta y disgustaste, como tales exhibiciones siempre lo serán. Incapaces de contenerse en sus asientos bailaban alrededor juramentando y gritando con frenéticas gesticulaciones. Cada vez que una de las desafortunadas aves trataban de escapar de su oponente era agarrado por su entrenador quien, Habiéndose llenado la boca previamente con jugo de caña de azúcar, metía en ella la cabeza ensangrentada del gallo y de esta forma lavaba sus heridas refrescándolo para renovar el conflicto. Después siguieron la disputa acerca de cuál estaba ganando.
Las apuestas se hicieron más rápidas y furiosas y los pobres gallos más “acharne” ya que casi se cercenaron mutuamente sus cabezas. Dos veces quedaron agotados que casi no podían sostenerse en sus patas; pero sus inmisericordes preparadores los empujaban irremisiblemente a la pelea. Hasta que al final según mi ojo inexperto prometía ser el ganador cayo boqueando y sangrando al suelo y su oponente subiéndose sobre su postrado cuerpo, logro efectuar un débil canto cayéndose luego patas para arriba al tratar de dar un aleteo victorioso. Era el de propiedad de mi amigo, quien se había agitado a tal extremo de satisfacción y quien salió entre los saludos que habían apostado plata en él. Este joven cenó con nosotros esa misma tarde y aún estaba tan agotado con los efectos del entusiasmo que no probó nada, como el ignorantemente observó, nunca podía comer nada el día que peleaba un gallo de los suyos.
Ya que no nos interesaba presenciar la repetición de tan desagradable espectáculo mi amigo y yo salimos a pasear por la aldea y observando un grupo de mujeres situadas en una pequeña colina con hierba, entramos en conversación sin mayor introducción formal tal como es la costumbre del País. Una de las amenidades de viajar por estas partes es la ausencia de ceremonia en el intercurso social. Caminamos por las apacibles calles de la pequeña aldea miramos por las puertas abiertas a un grupo familiar que se mese en sus hamacas y sin más allá intercambiamos cigarrillos, mezclando nuestro aromáticos olores con los de ellos, como si nuestra intimidad hubiera sido cosa de mucho años.
Los negros ojos de las señoritas en un inicio miran modestamente hacia abajo, pero pronto bailan de contento ante el mal español de los “extranjeros ingleses”.
Baile cumbia y Congo.
Según avanza la noche, la parte negra de la población comienza a divertirse con música y baila. El incesante repique de los tambores y guitaras, los ruidosos gritos de sus voces chillones con la compañía de las melodías hacen el sueño imposible. La ausencia de tranquilidad no se compensa con ninguna exhibición digna de verse; los gestos indecentes de sus bailes; coros y dura música no son agradable al ojo ni al oído. Así que buscamos el hospitalario techo de nuestra vieja anfitriona. Pero tampoco allí encontramos sosiego. Su respetable vos femenina estaba más alta que la de cualquier coro de negros; sus penetrantes tonos nos sacó de quicio hablaba con nosotros o regañaba a todo el mundo a su alrededor. Raras veces estaba sin cigarros prendido en la boca por lo que quiero decir que tenía por dentro el lado encendido, ya que aquí la forma usual es el reverso de la nuestra. Supuestamente así economizaba más la preciosa hierba. A veces tomaba algunas bocanadas de forma ortodoxa con el resultado que al mascar en ambos extremos el tabaco de nuestra vieja amiga era una masa de pulpa, que utilizaba convenientemente en los enmarañados pliegues de su grasoso pelo, quedando así colgando el tabaco como disguantante apéndice al lado de su aceitoso cachete. Nuestro desmayo fue grande cuando esta vieja criatura gorda anuncio su intención de cerrar las puertas de la casa que solo consistía en un cuarto y ante lo cual objetamos fuertemente. Inútiles fueron nuestras protestas; las puertas fueron finalmente acuñadas mientras nosotros yacíamos quejándonos de calor bajo la luz de un candil, lo suficientemente brillante para desplegar las macizas proporciones de nuestra morena anfitriona recostada sobre su hamaca con las piernas guindando graciosamente a ambos lados. Cuando pensamos que se había dormido tratamos de abril las puertas sin ruido pero un crujido fatal nos delató. Nuestra anfitriona en la más liviana de las vestimentas brincó al rescate y nos dominó con un torrente de improperios. Así que volvimos a nuestras hamacas desconsolados para retorcernos inquietamente hasta el amanecer.