En nuestro pasado, unos de los que marcaron fuerte mi vida y aquel camino de su casa a nuestra casita, fue Mi Abuelo Bocho, como cariñosamente le llamábamos, nacido en 1903, poco días después de la separación de Colombia, Casado con Brígida Saavedra, de Chiriquí, sus hijos son, Pedro, Osvaldo, María, Marcos, y Diego, de ellos solo vive, María Quintana de Guerrero (María Bocho).
Mi abuelo era ebanista y carpintero, se encargaba de restaurar las imágenes en deterioro de la iglesia, lo reparaba con madera, y les tallaba lo que le hacía falta.
Pedro Quintana experto armador de Chivas.
Fue por él que mi padre Pedro Quintana se convierte en un gran ebanista, y uno de los mejores carpinteros de Chepo, especialista en la construcción de Chivas, artista con el cepillo, serrucho, martillos y el barrenador de madera. Trabajaba frente a su casa, siempre había unas tres o cuatro chivas para su reparación, desarmándolas tenía mucha rapidez, hacia el armazón con tal precisión, y al final recubrirla con lata. Fabricaba puertas, sillas, tinajeros, muebles y casas de madera, (atrás una Chiva que armaba).
Mi abuelo Bocho, todos los 8 de diciembre, colocaba una imagen ya un poco desgastada y raída, de la Inmaculada Concepción de María, él le llamaba La Purísima, la adornaba con flor de papo y bouquet de novia en el portal de su casa. Mi abuelo cuando iba a montear por las tardes, después que venía, comía y se bañaba.
Nos había hecho unas banquetas para cada uno, y él se sentaba en su silla vieja de taburete, recostada a un palo de naranja, y comenzaba a referirnos los cuentos, aunque muchas veces eran repetidos una y otra vez, pero a nosotros no nos importaba. El comenzaba con; había una vez, y después cuando quería decir la palabra: Y entonces… nos decía; Y juntamente.
Unos de los cuentos que nos «echaba» era; EL PERRO DEL TRAMOJO, LA SILAMPA, EL CHIVATO, JUAN SIN MIEDO y otros más, nunca lo vi enojado, así era mi abuelo Bocho. Ya no hay abuelos que Refieran cuento a sus nietos, ya no hay tiempo para esto, ya no hay tiempo para jugar a la lata, Donde va mi pobre vieja, el cazador y la perdiz. No preciso, cada vez que nuestras hermanas y hermanos nos reunimos, de esto es que hablamos hasta tarde en la noche, tratando de recordar para no olvidar, aunque sea cada vez que vemos cocuyos en los montes y nos acordarnos de nuestra feliz e inolvidable niñez.