La última novena de San Cristóbal el 24 de julio, atraía a la iglesia una gran cantidad de personas, ansiosas de experimentar la envolvente sensación de paz y la emotividad del sentido de grandeza y arrobo espiritual, emanados de la ritualidad profunda de esta novena en particular.
• La Quema de Judas. – Ya realizadas estas actividades en la iglesia, la fiesta se trasladaba a la plaza y a las calles con su tradicional forma profana… Los jóvenes del pueblo confeccionaban un muñeco con papeles, trapos, y atestado de cohetes y bombitas al que llamábamos Judas, el que era paseado de manera rápida y alegre por las principales calles…; luego en la plaza se leía el testamento público de este Judas, quien indicaba su última voluntad con manifestaciones como ésta: «… dejo también, al señor Alberto Paredes (Cheré), las últimas cincuenta pulgadas cuadradas del lado izquierdo de la banca de madera, que se encuentra en la bocacalle, para que la cuide por los próximos diez años; pero permitiendo que al otro extremo se acomoden Pianito y Cuculú, en otras cincuenta pulgadas cuadradas, para que lo cuiden a él…» Finalmente el Judas era quemado entre los aplausos y la algarabía de chicos y grandes, gozosos del espectáculo bufo que observaban.
• La Vaca Loca. – De inmediato, aparecía en medio de la plaza, o en el parque, o en alguna calle intempestivamente…, la «vaca loca». Es decir, la osamenta encendida de la cara de una vaca con sus cuernos, colocada al frente de un esqueleto de madera, cubierto éste con una lona que simulaba el cuerpo del animal. Bajo esta lona se acomodaba la persona que dirigía las embestidas y los ataques de esta vaca loca contra cualquier persona, para asustarla con el intento de quemarla.
A veces aparecían varias vacas locas (tres o cuatro) en diferentes lugares sorprendiendo a mucha gente… Gritos de pánico, carcajadas, llanto de los niños buscando protección; mujeres histéricas que, sorprendidas, no atinaban a escapar…, y caballeros disfrutando hasta más no poder cuando alguien, en su afán por escapar, se tropezaba torpemente y caía quedando a merced de este animal de fuego.
Finalmente, luego de atemorizar a la gente pretendiendo incendiarla, los manejadores de estas vacas locas abandonaban su función; porque de no hacerlo, serían ellos los quemados, ya que el esqueleto de madera y lona terminaba incendiándose repentinamente. Nuestra vaca loca, a diferencia de las de otros pueblos no baila…; retoza. No intenta golpear…; sino quemar. No es un «Torito Guapo»…; es una vaca loca encendida, casi un demonio.